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Al maestro con cariño: Akira Kurosawa

Akira Kurosawa, conocido como el Emperador del cine, nace en Tokio el 23 de marzo de 1910 y fallece el 6 septiembre de 1998 en la misma ciudad. 

Un joven Kurosawa lleva a cabo sus primeros estudios en la Escuela Primaria Kuroda. Una vez completado el primer ciclo educativo ingresará en la Escuela Keika, será en este momento en el que empezará a desarrollar su afición por las artes. En un primer momento Kurosawa se siente atraído por la cerámica japonesa y la pintura occidental sin embargo su caracter exigente y su miedo al fracaso terminará alejandole de esta afición. No obstante esta dualidad de estilos manifestados en la pintura y la cerámica empezará a marcar el que será su estilo personal como artista: la integración de elementos de Oriente y Occidente. Finalmente en la Escuela Doshusha complementa su formación estudiantil recibiendo formación sobre pintura europea. 

Es un joven taciturno que comienza a desarrollar ya una de las notas fundamentales de su carácter: una depresión recurrente que a veces lo situará al borde del suicidio. Sin embargo, a pesar de estos problemas se ve irresistiblemente interesado por el mundo del cine, campo en el que además podrá dar rienda suelta a su vocación de escritor y sus afinidades plásticas. 


En 1936 debuta como ayudante de dirección y poco después como guionista.
Su debut como cineasta se producirá con La leyenda del gran judo (1942), realizada en mitad de la guerra, y en la que ya apuntará su interés por los films de época, convirtiéndose años más tarde en uno de los principales renovadores de este género, al que se acercará con un gran sentido del espectáculo, heredado de su admiración por los clásicos del cine norteamericano. 

El ángel borracho (1948) es la primera película en la Kurosawa trabajó con el actor Toshiro Mifune, sin ninguna duda su actor fetiche. Será éste el protagonista de la mayoría de los films del realizador hasta los años 60. Kurosawa y Mifune terminaron siendo amigos íntimos durante décadas, sin embargo el respeto mutuo que mantuvieron durante tantos años dará paso a la separación cuando Mifune comience a aceptar papeles en producciones más comerciales, principalmente en el cine americano.


Una de las mayores preocupaciones del cineasta durante toda su carrera fue, sin ninguna duda, la obsesión por conservar su status de autor. Con este afán controla meticulosamente los detalles de cada rodaje e insiste en situarse por encima de los productores a la hora de decidir qué ha de hacer con cada nuevo proyecto. Esta preocupación culminará en 1948 con la fundación de Kurosawa Productions con esta finalidad.


Si hay un hecho significativo en la vida profesional de Kurosawa, ése es el rodaje de Rashomon (1950) ya que, aparte de sus cualidades artísticas y de su éxito comercial, este film le supuso ser galardonado con el León de Oro del Festival de Venecia en 1951. Éste fue el primero de los muchos premios recibidos por Kurosawa en Occidente, y le sirvió para acercarse más al público europeo y estadounidense, a la par que lo alejaba de su propio país. Hubo incluso algunos críticos que lo acusaron de hacer un cine destinado al gusto extranjero, plagado de tópicos. Pese a obras maestras como Vivir (1952) y Los siete samurais (1954), los productores japoneses dejaron de apoyar al realizador en los años 60, coincidiendo con una de sus crisis personales.


En 1975 acepta rodar en la U.R.S.S. Dersu Uzala, película que recibirá el Oscar a la mejor película extranjera. A partir de ese momento, sus proyectos se espaciarán extraordinariamente en el tiempo, siendo por lo general patrocinados por compañías internacionales. Kagemusha (1980) recibe apoyo norteamericano, Ran (1985) es realizada con capital francés y Los sueños de Akira Kurosawa (1990) cuenta en la producción con dos prestigiosos admiradores del cineasta, George Lucas y Steven Spielberg.
Finalmente el 3 de enero de 1990 Kurosawa es galardonado con el Oscar honorífico lo que supondrá un gesto de reconocimiento que avala toda una carrera dedicada al mundo del cine y una obra que ha abierto no pocas vías de comprensión entre Japón y el resto del mundo.


El estilo narrativo de Kurosawa es extraordinariamente rico. Ajena a ese estatismo que, de una forma generalista, los críticos occidentales achacan a la cinematografía japonesa, la forma de hacer cine de este realizador tiene muchos puntos de contacto con el cine de Hollywood. En cuanto a los contenidos, predominan las tragedias épicas, muy próximas al universo de Shakespeare. Películas como El trono de sangre (1957) demuestran hasta qué punto las obras del dramaturgo británico influyen a Kurosawa a la hora de urdir sus tramas argumentales.


El realizador japonés es, sin duda, el más internacional de los cineastas de su país. Varias de sus películas han sido adaptadas en nuevas versiones por directores occidentales y directores como Steven Spielberg, Sam Peckinpah, William Wyler, Francis Ford Coppola o Martin Scorsese han reconocido su admiración por él. A mediados de los años 90, pese a su edad y problemas de salud, la actividad deKurosawa era constante, no resignándose al retiro, aunque por razones médicas debía guardar descanso. 

EL ESTILO DE KUROSAWA 

Dentro de la filmografía podemos encontrar un tema que está presente de forma constante y que supone un alto nivel de coherencia interna dentro del global de su obra. Se trata del tema de “la verdad”, y es que nada es lo que parece en el cine de Kurosawa. Sus personajes, lejos de ser estererotipos de determinados oficios (funcionarios, estudiantes, policias, médicos, abogados...), categorías sociales “respetables” (samurais, shogunes, princesas, nobles...) o no respetables (ladrones, mercenarios, borrachos, prostitutas...), se muestran como personajes complejos psicológicamente, superando las barreras de cualquier idea preconcebida sobre ellos.


Abundan lo ejemplos de esto. Unos lo revisten de disfraz, como el general y los soldados que huyen disfrazados de sacerdotes en Los hombres que caminan sobre la cola del tigre (Tora-no-o fumu otokotachi, 1945), otras veces son el refugio interior del personaje ante las situaciones adversas del exterior, como Osen (Akemi Neghisi), la prostituta de Los bajos fondos (Donzoko, 1957) que se inventa románticas historias de amor. Pero el disfraz más habitual que suelen mostrar los personajes deKurosawa es una coraza de dureza que acabará rompiéndose y mostrando al ser humano que se oculta debajo de ella.


Dos son las grandes películas de Kurosawa sobre el tema de la verdad y la mentira: Los siete samurais(Schinin no samurai, 1954) y la sombra de un guerrero (Kagemusha, 1980). En la primera se cuenta la historia de un grupo mal avenido de samurais contratado para liberar a un pueblo de la tiranía de unos salteadores, todos los samurais de la película muestran cobardía, odio, mezquindad, pero tratan de ocultar sus miedos y sus defectos para sobrevivir y seguir luchando, En Kagemusha, se plantea el problema universal de el doble. La falsedad se convierte así en auténtica protagonista del relato: el clan Takeda, ante la muerte de su shogun pone como cabeza visible a un sustituto físico del fallecido, un doble exacto que es un ladron, curiosamente sin nombre (Tatsuya Nakadai). Esta sustitución supone un cambio incluso en la personalidad del humilde, que es absorvida por la del poderoso.


Muchas veces se ha opinado que el cine de Kurosawa era en exceso apasionado y épico, frente a autores como Kenji Mizoguchi y Yashuiro Ozu, más líricos, sobrios y serenos. Sin emabargo esto no es más que un tópico lejano de la realidad del cineasta, el cine de Kurosawa está llena de momentos repletos de lirismo, sino sólo es necesario pensar como la naturaleza se impone a los personajes, les influye y los condiciona. Escenarios y personajes van necesariamente unidos en el cine de Kurosawa, unos se complementan con los otros. Un paisaje bello, una vieja cabaña, un espeso bosque, una fuerte nevada, etc., expresan un pensamiento o una emoción de los personajes. Los escenarios naturales aparecen siempre como contrapunto dramático de la película. Así, en su primera película, La leyenda del gran judo (Sugata Sanshiro, 1942), la pelea entre Sugata Shansiro (Susumu Fugita) y Higaki Gennosuke (Ryunosuke Tsukigata) se produce en lo alto de una montaña y entre una frondosa vegetación que subraya el carácter sublime del combate. 


La no- teatralidad en la dirección de actores es resultado de un elaborado trabajo previo con los intérpretes a base de exhaustivos ensayos y, sobre todo, de una estudiada colocación de la cámara en función del movimiento de los actores, pero sin estar por ello subordinada a los mismos. Para lograr este efecto Kurosawa rodaba las escenas con varias cámaras a la vez, logrando que el actor no supiera que toma iba a elegir el realizador en el montaje, logrando así que los actores estuvieran naturales, huyendo de la actitud de tensión que puede afectar a muchos actores a la hora del rodaje cuando está todo tan planificado. Evita así el efecto teatral de “hablar al público”, al no saber dónde mirar.
Los ejemplos de lo afirmado son numerosos, en Duelo silencioso, el gesto de Fujisaki cuando adivina que ha contarído la sífilis, cogiéndose el dedo pulgar que se ha herido mientras operaba; en Rashomon, los tres planos que nos acercan la imagen del humillado Takehiro atado a un árbol; en Ran, la impresionante batalla con fondo musical y sin sonido (sólo roto por el disparo que asesina a Taro por la espalda) o la magistral secuencia de la seducción de Giro a manos de la maquiavélica Kaede.

El cine de géneros juega un importante papel en la obra de Akira Kurosawa. Desde sus inicios en 1943 con La leyenda del Gran Judo, el realizador frecuentó casi todos los géneros presentes en el cine japonés. Sin embargo, Kurosawa jamás rodó ningun kaiju-eiga (películas de monstruos gigantes), o un kaidan-eiga -también denominadas Bake Mono- (películas de fantasmas o cine de historias sobrenaturales), ambos géneros muy populares en Japón, especialmente el segundo. Sin embargo, la selectiva actitud de Kurosawa hacia los géneros no obedece a caprichos elitistas. En todos los ámbitos de la vida social, económica, política y artística del Japón, las jerarquías son fundamentales, y lo mismo ocurre en el mundo del cine.De este modo, Kurosawa, al igual que Mizoguchi u Ozu, pertenecía a un elevado status creativo donde cierto tipo de ficciones están vetadas. En Japón nada es malo o bueno en si mismo, simplemente responde a unas precisas demandas colectivas, a un ritual sentido del orden, y cada individuo, incluidos los cineastas, deben estar a la altura del deber encomendado, ocupando sin discusión el espacio asignado.


Curiosamente, los géneros en el cine japonés no están «jerarquizados» entre ellos por su calidad estética o narrativa. Hay una marcada tendencia a la mezcla, de nítida raíz estructuralista, interrelacionándose unos con otros de manera enriquecedora. No se perciben los supuestos compartimentos estancos del cine de género occidental, gracias a una estética pródiga en numerosos vasos comunicantes que otorgan a los géneros una sorprendente flexibilidad. Sin salir de la filmografía deAkira Kurosawa, Yojimbo, Sanjuro y La fortaleza escondida son, a primera vista, «films de samurais», llamados ken-geki (literalmente, «teatro de sable»), más conocidos popularmente en Japón comochambara. Además,las tres películas son estimulantes ejempos de jidai-geki (cine que refleja algún período de la historia japonesa anterior a 1868) por su minuciosa descripción de la época en que se desarrollan, el periodo Tokugawa (1603-1867) en el caso de Yojimbo y Sanjuro, y el período Ashikaga (1338-1573) en La fortaleza escondida.

La muerte juega un destacadisimo papel en la obra de Akira Kurosawa. La muerte no es un elemento gratuito en la ficción, a pesar de la espectacularidad de los combates en Los siete samurais, El trono de sangre, Yojimbo, La fortaleza escondida o Ran. Para Kurosawa, la presencia de la muerte en sus películas no es un medio para exorcizar los miedos que despierta, no es la forma para conocerla mejor, y en consecuencia, prepararse para su llegada, no es un enemigo a batir en la lucha contra su terrible certeza. La muerte es el elemento clave para articular un hermoso canto sobre la necesidad de virvir intensamente, de absorber cada momento, cada gesto, como parte importante de ese camino que resume el mensaje de nuestra existencia. Vivir es un claro ejemplo de esa idea.

Fuente: www.portalnet.cl

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